miércoles, 29 de septiembre de 2010

La tele y la comida.

Recuerdo de chico a mi abuela materna, Anita, repitiendo a la hora de comer "leer en la mesa es de mala educación". Ahí desaparecían inmediatamente de la vista desde "Patoruzito" a "Tía Vicenta", pasando por "Billiken" y "D'Artagnan".
Desde ese entonces han transcurrido sólo cincuenta años. ¡Qué diría hoy día! ... No, ya sé ... hoy no leemos en la mesa. En realidad algunos no leen en ningún lado, nunca ... nada. Me refiero a qué diría sobre la tele durante la comida. En realidad la idea que leer en la mesa era mala educación surgía del hecho que era una actividad individual en un momento que se suponía era para compartir en familia, para conversar. En ese sentido la tele la ven todos al mismo tiempo, es una actividad compartida. Y en general permite el diálogo entre los presentes. Sacando a ese integrante de la familia que nunca falta, medio neura el tipo, dispuesto a chistar cada vez que el sonido proveniente del altar multimedia se funde con las voces circundantes.
Lo que seguramente objetaría mi abuela no sería el medio, la televisión, sino su contenido.
Hoy día, mientras saboreas la comida, podés ver la cara de felicidad de una modelo, constipada ella, luego de haber logrado su tan ansiada deposición gracias a Activia. ¡Ya sé!, ya sé ..., la deposición no te la muestran. Pero para semejante felicidad, uno tiene derecho a imaginar una catarsis francamente descomunal. Cuando todavía no terminaste de digerir el bocado, ahí nomás te muestran como limpiar, a fondo, profundamente, con Harpic, un inodoro tan sucio que bien podría ser consecuencia de otra abundante ingesta de Activia. Y para rematar te invitan a darle a tu perro el balanceado tal, de modo que sus heces sean más duritas y fáciles de levantar. ¡Como para que no digan que la tele es una mierda!

jueves, 23 de septiembre de 2010

Un paciente especial

Hay anécdotas que prefiero contar en vivo, porque pierden parte de su gracia al ser escritas. Ésta es una de ellas.
Corría el mes de diciembre de 1987. Hacía pocos meses que nos habíamos mudado a Miramar. Esa noche sonó el timbre una y otra vez, insistentemente. Acudí a la puerta de calle, por ese entonces vidriada, y pude ver a través de ella a una señora mayor, agitada, impaciente. Al abrir se me vino encima, se arrodilló y hablando español pero con un fuerte acento alemán me imploró, los ojos llenos de lágrimas, que la acompañara, que era una cosa de vida ó muerte. La situación no me permitió siquiera pensarlo. Antes de darme cuenta ya había tomado mi maletín y estabamos los dos arriba de un jeep abierto, el aire de la noche miramarense pegándonos en la cara mientras el conductor aceleraba por la rotonda de las cuatro plazas, rumbo a la Avenida 9 y 40. La mujer me seguía hablando, angustiada ..."es que allá, en Alemania, los hago ver siempre por un pediatra.Son los únicos que pueden interpretar lo que sienten, ya que no pueden hablar, son como chicos". Allí me dí cuenta del error, la Señora había estado preguntando en el hospital local por un pediatra. Le habían dado nuestra dirección buscando a la Dra. Ramos, no a mí. Pero la urgencia que manisfestaba esta mujer ya no daba para volver a casa. Menos cuando comencé a hubicarme en lo que estaba pasando. La Sra. era la dueña del circo que se había instalado en la ciudad para esa temporada. El logo pintado en el jeep al cual estábamos subidos así lo atestiguaba. Las "criaturas" que la Sra. hacía ver por pediatras eran sus chimpancés, uno de los cuales estaba muy enfermo. Lamentablemente al llegar pude constatar su fallecimiento. El cuadro en el carromato del circo era estremecedor. En la penumbra, los chimpancés de las jaulas vecinas estiraban sus brazos y trataban en vano de reanimar al compañero muerto sacudiéndolo. Aunque parezca increíble se leían gestos de preocupación en sus caras.La anamnesis detallada que dió la Sra. me permitió llegar a la conclusión que había muerto de una peritonitis a punto de partida de una afección biliar. Lo cual fue confirmado por la autopsia que realizaron luego en Mar del Plata los veterinarios.
En una ciudad chica los chimentos vuelan. Al llegar al día siguiente al hospital me encontré en el office de enfermería con un dibujo en el cual se podía ver a una tortuga corriendo desesperada, mientras gritaba a sus amigos ..."¡corran!, ahí viene Ramos a examinarnos ..."